Corre,
huye, sobrevive. No mires atrás. O te atrapará entre sus fauces la destrucción
más devastadora. O no sobrevivirás al gran holocausto.
Era una noche harto oscura. La lluvia caía
con fuerza, mojándolo todo e impidiéndome ver con claridad. Grandes charcos se
formaban en aquel laberíntico bosque. El viento mecía sin clemencia a los
árboles, moviéndoles de un lado a otro sin cesar, haciendo que me rozaran en la
cara, causándome heridas en la piel. No había luna ni estrellas que me
iluminaran el camino en esa noche final.
No podía dejar de correr. Aunque mis músculos
me pidieran que parara, aunque mi corazón estuviera a punto de decir: “¡Basta!
Hasta aquí hemos llegado”.
Tenía que seguir corriendo. Tenía que salvar
mi vida.
Terminé de vestirme y me miré en el espejo.
Estaba muy pálida, y aquel vestido negro resaltaba aún más mi palidez. Mi pelo,
de un rojo intenso, caía en suaves ondas por mi espalda. Mis ojos verdes
brillaban, reflejo de la emoción que recorría mi cuerpo en esos momentos. Había
llegado la gran noche.
Cogí el rímel y comencé a maquillarme. Quería
que mis ojos quedaran remarcados por una negra oscuridad. Sonreí ante la
perspectiva de que la oscuridad comenzara a formar parte de mí desde esa noche.
Terminé con los ojos y me apliqué un poco de gloss en los labios. Tenía que
estar perfecta.
No me eché colonia. Ellas me habían dicho que
me rociarían con una especie de perfume, y que no debía alterar dicho olor con
colonias. Suspiré. Solo me faltaba recoger mis cosas y dirigirme hacia el bosque.
Entré de nuevo en mi habitación y cogí el
pequeño saquito que había cosido para aquella ocasión. Era de terciopelo negro,
con un cordel de color dorado. Busqué la lista que me habían dado con las cosas
que tenía que llevar: un crucifijo, cerillas, un papel con mi nombre y un
cuchillo. No sabía exactamente en qué consistía aquel ritual, pero estaba
preparada. Quería hacerlo. Quería formar parte de ese mundo que me fascinaba
desde que era pequeña.
Metí todo en el saco y salí de la habitación.
Di gracias porque mis padres se hubieran ido aquel fin de semana a una casa
rural en la montaña.
Una vez en la calle, me dirigí hacia el
bosque. La luna llena comenzaba a salir. Y estaba a pocos pasos de comenzar mi
nueva vida.
Lo que no sabía es que, en realidad, iba a
terminarla.
“Hola. Hemos estado observándote y hemos
decidido que eres la candidata perfecta para ser un nuevo miembro de nuestro
aquelarre. Si quieres iniciarte en nuestros ritos satánicos, pega un pentáculo
en tu ventana, y nosotras lo sabremos.
Satánicos besos.”
Esa fue la primera carta. Indecisa, creyendo
que era una broma, me pasé aquella noche en vela, pensando en qué debía hacer.
Por una parte, era mi sueño. Desde siempre me
había gustado la brujería, el satanismo, todas esas cosas ocultas que la
Iglesia y mis padres trataban de prohibirme. Sin embargo, siempre había sabido
de ellas, siempre me habían fascinado. Y, en esos momentos, tenía la
oportunidad de conocerlas a fondo, de formar parte de ellas. ¿Dejaría escapar
algo así?
Corriendo el riesgo de que se tratara de una
broma pesada por parte de mis compañeros de clase, me levanté de la cama y, a
las cinco de la mañana, pegué con celo un pentáculo en la ventana de mi cuarto.
- Llegas justo a tiempo.- dijo una voz cuando
entré en el claro. Aparecieron de entre las sombras tres figuras. Las tres
llevaban una capa negra y vestían unas túnicas rojas. Se bajaron la capucha y
me miraron fijamente. Eran tres mujeres, muy parecidas, con el pelo negro y
rizado y los ojos color miel.
- La luz de la luna ilumina directamente el
claro.- habló la mujer que estaba en medio.- Es el momento propicio para tu
iniciación. ¿Has traído lo que te dijimos?
- Sí.- dije, con la voz temblorosa. Le tendí
el saco de terciopelo negro. Ella comprobó que había llevado todo lo necesario
y asintió con la cabeza. Me devolvió el saco.
- Comencemos.-
dijeron las tres a la vez. El viento comenzó a soplar, como si supiera que un
gran cambio se avecinaba.
Las tres mujeres se
hicieron a un lado y pude ver que, en el centro del claro, habían colocado
velas, de tal forma que dibujaban un pentáculo.
- Descálzate. Coge
las cerillas y enciende las velas una a una.- me ordenó la mujer de la
izquierda. Asentí, me descalcé y caminé hacia las velas.- Cuando hayas
terminado, entra en el centro del pentáculo y quema el crucifijo. Procura que
esté invertido.
- Esto simbolizará tu
renuncia a la Iglesia y a su concepción del mundo.- explicó la mujer de la
derecha. Era la misma voz que había hablado en primer lugar.
- Después, quema el
papel en el que has escrito tu nombre.- continuó ordenándome la mujer de la
izquierda.- Significa que renuncias a tu antigua identidad, y que, a partir de
esta noche, eres una mujer de las sombras.
- Por último,- dijo
la mujer del centro.- hazte un corte en la mano y mezcla tu sangre con esto.
Sacó un frasquito de
cristal de su túnica y me lo dio. Contenía un líquido rojizo y espeso. Me
estremecí. Era sangre.
- De esta forma,
comenzarás a formar parte de nuestro aquelarre y estarás hermanada con
nosotras.- terminó de explicar.- Luna, rocíala el perfume.
La mujer de la
izquierda, Luna, se acercó a mí con otro frasquito, idéntico al que me había dado la mujer del centro, pero con un
líquido amarillento. Luna destapó el frasquito y el olor de aquel extraño
perfume me llegó como una bofetada. Era un olor muy fuerte y penetrante, tanto
que hizo que me empezaran a escocer los ojos. Cogió un pañuelo y lo impregnó
con aquel perfume. Después, me frotó con el pañuelo en el cuello y en las
muñecas. Apreté los ojos para contener las lágrimas.
Luna se retiró y se
puso en el mismo sitio de antes. Las tres se subieron sus capuchas.
- Venite mecum,
inferni daemones, a nova vitam.- comenzaron a recitar en voz baja. Era la
señal. El ritual comenzaba en ese mismo instante.
Mientras encendía las
velas una a una, las tres mujeres no dejaron de entonar su extraño canto,
invocando a los demonios del infierno. La única luz provenía de las velas, pues
unas oscuras nubes habían tapado la luna, impidiendo que su suave luz iluminara
el claro.
Terminé de encender
las velas. Con cuidado de no quemar el vestido, me introduje en el pentáculo. Caminé
hasta el centro de aquella estrella rodeada por un círculo y me senté de
rodillas. Suspiré.
Saqué del saquito el
crucifijo. Los cantos de las tres mujeres se hicieron más fuertes mientras
sacaba el paquete de cerillas y encendía una. Di la vuelta al crucifijo y lo
quemé. Agradecí que hubiera llovido la noche anterior y que la hierba estuviera
mojada, pues así evitaba el causar un incendio. Después, saqué el papel con mi
nombre y lo quemé.
Los truenos empezaron
a resonar por todo el bosque, haciendo que me sobresaltara y que dejara caer el
cuchillo. Había llegado la parte final del ritual.
Abrí con manos
temblorosas el frasquito con la sangre de las cuatro mujeres. Recogí el
cuchillo y miré mi mano. ¿De verdad era capaz de herirme para formar parte de
ellas? Respiré hondo, intentando calmarme. Tenía que hacerlo. Era mi sueño.
Apreté los dientes
cuando el cuchillo rasgó mi piel. Un par de lágrimas recorrieron mis mejillas. No
tenía que llorar, tenía que ser fuerte. Solté el cuchillo y cogí el frasquito.
Dejé que la sangre fluyera desde la herida hasta la abertura del frasco. Cuando
estuvo lleno, lo cerré. Solté un suspiro. Solo quedaba una cosa.
- Venite mecum, inferni
daemones, a novam vitam.- susurré.
Comenzaron los rayos.
El viento empezó a soplar con fuerza. Las velas se apagaron de golpe. Las nubes
ocultaron por completo la luna, sumiendo al claro en una gran oscuridad,
paliada por los rayos y relámpagos que iluminaban el cielo nocturno.
Algo no iba bien.
- ¡CORRED!- gritó la
mujer del medio a sus compañeras. A mí, por supuesto, me habían olvidado. Sin
embargo, algo en mi interior, un sexto sentido quizá, me dijo que debía hacerla
caso.
Y eché a correr.
Lo sentía. No quería
girarme, mirar atrás y comprobar si era verdad. El miedo era demasiado poderoso
como para hacer eso. Pero sentía que alguien me estaba persiguiendo.
Cada vez estaban más
cerca. Corría y corría sin cesar mientras la lluvia me empapaba, mientras la
herida de la mano sangraba, mientras me chocaba con las ramas de los árboles.
Estaba exhausta, y
sabía que en algún momento iba a fallar. Y, entonces, me cogerían.
Me dolían las
piernas. Y el corazón. Y la cabeza. Cada respiración me quemaba en el pecho.
Sin embargo, seguí corriendo. No sabía exactamente por qué no podía dejar de
correr. Una especie de miedo intenso e irracional oprimía mi corazón, y me
instaba a que continuara. Llegué a una especie de claro, donde los árboles
habían dejado un pequeño círculo sin ocupar.
Entonces, tropecé con
una rama sobresaliente del suelo y caí de bruces. Intenté incorporarme, pero
era inútil: me había torcido un tobillo. Me arrastré hasta apoyarme en un
árbol. Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, haciendo que me
estremeciera. Lo sentía. Estaban allí.
Me di la vuelta y
confirmé mis sospechas. Alguien me había estado siguiendo.
- No está mal…-
murmuró, mirándome detenidamente.
Eran dos personas. O
eso quería creer.
Un chico. Alto,
esbelto, lleno de músculos. Su pelo era de un color castaño casi rubio. Sonreía
abiertamente, sus dientes eran muy blancos.
Una chica. También
alta, guapa, delgada. Su pelo era largo, de mismo color que el del chico, y
rizado. Me miró con una ceja alzada, también sonriendo.
Ambos tenían unas
alas negras, enormes. Y sus ojos eran rojos como el fuego.
Estaba
hiperventilando, tremendamente asustada. Bajé la mirada. ¿Por qué me producía
tanto pavor estar con aquellos seres? No lo entendía. Intenté no echarme a
llorar.
El chico se acercó a
mí y me agarró por el mentón, obligándome a alzar la cabeza y mirarle a los
ojos. La respiración se me aceleró. Cada vez tenía más miedo. La sonrisa del
chico se hizo más amplia. Era guapo, sí, pero su sonrisa, sus ojos, todo en él
me daba miedo.
- Toda tuya.- dijo la
chica con una sonrisa malévola.
El chico me miró
fijamente a los ojos. Intenté dejar de mirarle, pero me sentía atrapada en su
mirada de fuego. Entonces, comencé a sentir algo.
Un dolor más intenso
que el fulgor del sol. Sentía como si me arrancaran las entrañas, como si me
bañaran en ácido, como si me atropellaran varias veces con un camión. Dudaba
que existiera una tortura más dolorosa que esa. Comencé a gritar, sin dejar de
mirarle a los ojos. Escuché la risa de la chica, que nos miraba, divertida y
con sus ojos rojos brillantes de placer al verme sufrir así.
Y ahora os cuento
esta historia desde aquí, desde la nada más absoluta, desde la espera eterna a
que llegue la luz. Aquí, en donde las almas aguardan a que llegue su liberación.
Recordando siempre
que nunca debí pegar el pentáculo en mi ventana. Nunca debí asistir a ese
ritual.
Pues como bien dice
el dicho… Haz caso al diablo y te recompensará con el infierno.
Me encanta :D Es Erika fijo ^_^ ¿Tiene algo que ver con CT o es un relato en solitario, digamos?
ResponderEliminar¡Un beso! :)
Meeeec. No, no tiene nada que ver con Crónicas de Thaishat xDD
Eliminar¿Entonces con qué tiene que ver? o.O ¡Hojas de Otoño! Y si no será Besos Prohibidos xDD
ResponderEliminarSí, son de Besos Prohibidos xDD Pensé que, por la descripción, estaba claro jajaj
EliminarMe gusta mucho, esta muy chuulo (L)
ResponderEliminarBessssitos