Nuestra vida está llena de condicionantes. Todo depende de lo que
hagamos, de las pequeñas decisiones que tomamos segundo tras segundo, a cada
momento de nuestra existencia. No sabemos qué pasará después, pero todo lo
decidimos nosotros, constantemente, aunque no nos demos cuenta de ello.
De este modo, una pequeña mirada que dirijamos inconscientemente
hacia una persona puede hacer que esta se dé cuenta de que sentimos algo hacia
ella, y que ese algo cambie la visión que tiene sobre nosotros.
Día a día tomamos decisiones, en ocasiones a la ligera, que
determinan nuestro futuro.
Así, el batir de las alas de una mariposa en España puede provocar
huracanes en Estados Unidos, haciendo que las vidas de millones de personas
cambien con un simple e inocente gesto.
En mi caso, el gesto que lo cambió todo fue salir de casa aquella
tarde de diciembre.
Me había llamado para que le fuera a buscar al trabajo. Iba a
llegar tarde, ya que él acababa de salir en ese justo momento, así que
decidimos que nos encontraríamos por el camino.
La temporada de exámenes había acabado ese mismo día, por lo que,
a partir de entonces, tendría las tarde libres. Como aquella, la primera de
muchas tardes llenas de libertad.
El invierno se colaba por todos los rincones. Pequeños copos de
nieve comenzaban a cubrirlo todo con una fina capa de polvo blanco. La bufanda
y los guantes me acompañaban desde hacía un mes, pues ese año, el invierno se
había presentado antes de lo previsto.
Salí de casa con prisas, pensando en llegar cuanto antes a él,
para así poder marcharnos a algún sitio donde, por lo menos, hiciera algo de
calor. Para amenizar el camino, encendí mi I-pod y me puse algo de música, a un
volumen considerablemente alto. No había sido un buen día, y necesitaba
aislarme un poco del mundo.
Poco a poco, fui acercándome al lugar donde él trabajaba.
Entonces, le vi. Tan solo me quedaba cruzar una pequeña carretera, y podría
estar en sus brazos. Eché a correr hacia él. Me extrañé cuando le vi
gesticulando, con cara de horror. ¿Qué pasaba?
Sí, fueron los pequeños pasos que di aquel día los que me llevaron
a quedar en el medio de esa carretera, con ese coche viniendo a toda velocidad
hacia mí. Nunca hubo una cara de sorpresa, de miedo, de dolor. Tan solo una
sonrisa, que le apuntaba directamente a él.
Morí con un te quiero en los labios, pero él nunca llegaría a
saberlo.
Este relato lo subieras a megustaescribir ¿no? xD Ya te dijera que me gustaba xDD
ResponderEliminarHum... me parece que sí que lo subí xDD Gracias ^^
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