Se sentó en la cama, esperando a que su respiración volviera
a la normalidad. Pulsó el botón de la luz del despertador: las cuatro de la
mañana. Sabía que no volvería a dormirse, después de lo que había soñado. Así
que bebió un trago de agua de la botella que siempre dejaba sobre la mesilla,
se puso unos calcetines y se levantó.
Un bostezo se escapó por sus labios mientras caminaba perezosamente
al cuarto de baño. Encendió la luz, entrecerrando los ojos, molesta. Sus ojos,
de un marrón verdoso, no solían acostumbrarse rápidamente a la luz. Se lavó la
cara con agua fría y se miró en el espejo.
Unas enormes ojeras adornaban su pálido rostro, salpicado
por algunas pecas. Llevaba así desde la semana pasada. Cerró los ojos y negó
con la cabeza. La situación en su casa, en su vida, iba de mal en peor. Las
cosas se estaban complicando cada vez más, y no sabía qué hacer para detener la
tormenta que se arremolinaba sobre su cabeza.
Volvió a mojarse la cara. Hacía mucho calor. ¿Por qué
demonios se había puesto los calcetines? Salió del baño y volvió a su
habitación, descalzándose por el camino.
Encendió la luz, y miró a su alrededor. Miles de recuerdos
acudieron a su mente, riéndose de ella, de su dolor. Respiró hondo, intentando
contener las lágrimas, y encendió el ventilador. Se sentó sobre la cama y miró
a través de la ventana abierta, observando la oscuridad reinante en el
exterior.
Millones de estrellas iluminaban la noche, como si se
trataran de un conjunto de diminutas velas colocadas sobre un ataúd. Eso atrajo
más recuerdos hacia ella, que intentó apartar sacudiendo la cabeza. En vano.
Su móvil vibró en la mesilla. Era un mensaje de su madre. Tardaría
un par de días en volver de aquel viaje de trabajo. La preguntaba por su estado
de ánimo. La pedía que comiera. La sonreía a kilómetros de distancia.
Apreció aquel pequeño detalle, pero solo un poco. La hubiera
gustado que su madre estuviera allí, para apoyarla en aquellos momentos tan
difíciles para ella. Se había marchado en uno
de los momentos más duros de su vida, dándola una noticia que había
terminado por hundirla.
Soltó un suspiro y dejó el móvil sobre la fina sábana de la
cama. Alzó la cabeza y volvió a mirar a las estrellas. En ese momento, no pudo
evitar echarse a llorar.
Todo se había complicado tras la muerte de su mejor amiga.
Me gustó mucho, chicas :) Muy lindo el blog. !Felicidades! Que por cierto, muy linda me pareció la manera de narrar de Garonne, je :3
ResponderEliminarPd: no quiero que Chuck mate a ningún gatito, así que aquí está la primera sonrisa de ésta entrada :3 Un beso, guapas.
Me encanto! Pero me dejasteis intrigada jajaj
ResponderEliminarOs sigo:)